20090921

CÁNCER DE PIEL. La crisis de la ciudad supermoderna


Que Rem Koolhaas afirme que “… una de las principales estupideces de la arquitectura es que su repertorio tiene un único mensaje: cambiar las cosas”, constituye un ataque en toda regla al ego arquitectónico de la cultura contemporánea.


Evidentemente, esta afirmación no se refiere únicamente a la situación actual, sino que supone una evolución en el pensamiento arquitectónico histórico, no obstante, nos sirve para entender desde dónde la arquitectura pretende construir la ciudad contemporánea.

Su obsesión siempre fue cambiar las cosas, sin para ello pararse a pensar si ya estaban bien ó si funcionaban correctamente. En un acto tan pretencioso como egoísta, la arquitectura decide cómo debe vivir el ciudadano y en función de estas decisiones proyecta la ciudad. Sin embargo, se olvida de lo más importante, y es que la ciudad tienen unas necesidades inherentes a sí misma y que es capaz de solventarlas sin ayudas externas. En pocas ocasiones a lo largo de la historia un gesto arquitectónico ha sido capaz de modificar las constantes vitales de la ciudad contemporánea. Ni el urbanismo de las ciudades jardín de principios de siglo, ni las propuestas “radiantes” de Le Corbusier, ni la arquitectura de ‘hechos urbanos’ de A.Rossi han sido capaces de “hipotecar la dimensión cualitativa de la ciudad, que es esencial para comprender el hecho humano colectivo que la define.” (1)

Sin embargo, a pesar del interés y la repercusión que estas propuestas hayan podido aportar al pensamiento arquitectónico contemporáneo, no dejan de ser propuestas de cambio. Quizás por no afrontar el problema desde el cambio sino desde la percepción, la propuesta de Rossi es la que comprende mejor el comportamiento de la ciudad. Por eso, en ella, no se llevan a cabo proyectos de ciudad, sino que se dan pautas de actuación, que empiezan por la comprensión de todo lo que constituye el hecho urbano para posteriormente actuar sobre él desde el conocimiento.


De esta manera Rossi se enfrenta al estudio de la ciudad sin afrontar su crecimiento desde el objeto-maquina como ocurrió en el movimiento moderno, sino desde la ciudad como artefacto, y por tanto debemos intervenir en ella desde dentro y no desde la apariencia. La ciudad debe ser abordada desde su comprensión como mezcla de usos, personas y aspiraciones. A esto se refiere Koolhaas cuando habla de la cultura de la congestión. Quizás Koolhaas es quien más se aproxima al conocimiento del hecho urbano del siglo XXI, y propone arquitecturas transparentes donde las pieles funcionan, únicamente, como contenedores de
congestión. Sin embargo no defiende una arquitectura congestionada, sino espacios donde puedan desarrollarse con libertad los movimientos intrínsecos de la ciudad. De esta forma sí existe una propuesta creativa basada en el “laissez faire, laissez passer” del liberalismo económico francés.

No obstante, la arquitectura actual no permite entender la piel como un velo contenedor de congestión, sino como un espejo reflejándose a sí misma. De esta manera es fácilmente confundible lo que la ciudad refleja y lo que desea reflejar. Y no solo eso, sino que además, gracias a la tecnología, avanzada ya en Blade Runner, es posible reflejar lo que se desea.
Así ciudades como Los Angeles o Beijing, donde el nivel de pobreza supera el 40 %, ésta se oculta bajo felpudos urbanos, constituyendo los más claros ejemplos de esta arquitectura de artificio de la era supermodernista.


Si el posmodernismo pone en crisis la idea de progreso y la unidad de la historia, el supermodernismo actual está basado en la fragmentación social y la crisis de la representatividad. Estaríamos hablando, por tanto, de “una realidad donde se agrupan una variedad de situaciones que tienen en común la ruptura o debilitación que unía a representantes y representados en la forma de la democracia liberal de masas. Es decir, que cierto grado de autonomía en la acción del representante no solo es esperable sino que es constitutiva de la relación de representación”. (2)

Si bien es cierto que estos términos hacen referencias a situaciones políticas, perfectamente pueden ser interpretados en una apocalíptica visión arquitectónica. Si en términos económicos ha evolucionado hacia la crisis actual, en arquitectura, es evidente que va a desencadenar una crisis de representación, y por tanto de identidad.

La ciudad actual no se representa por sí misma, sino que necesita ser representada. Como decíamos antes reflejar lo que desea ser. En términos de Ernesto Laclau, si el representante necesita ser representado es porque su identidad es incompleta y la relación de representación es un suplemento necesario para la constitución de la identidad.

Actualmente la relación entre la arquitectura y la ciudad es tan débil, que solo es capaz de generar una macroidentidad que unicamente consigue conformar la imagen especular de la ciudad deseada, mientras que al otro lado del espejo, la realidad devora a esta ciudad descontrolada de congestión. La arquitectura actual no es capaz de representar a la ciudad contemporánea porque al desconocer la congestión pretende controlarla, por considerarla peligrosa, y en ese momento, al darse cuenta que el proceso es irremediable, intenta ocultarlo desde representaciones ficticias. Es por eso que la ciudad actual, en su búsqueda de identidad (macroidentidad deseada) recurre a arquitecturas-objeto: fachadas anuncio, vuelos inmensos, torsiones imposibles,… generadoras de formas urbanas propias (autistas) y por tanto incapaces de formar parte de una realidad urbana donde la relación de representación se nos antoja imprescindible para el crecimiento de la misma.

(1) Aldo Rossi, La arquitectura de la ciudad, Milán 1971.
(2) Luis Sandoval, La politica del tardocapitalismo: fragmentacion social y crisis de la representatividad.

 

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